Época: Hiroshima L3
Inicio: Año 1942
Fin: Año 1945

Siguientes:
Sorpresa al amanecer
Dispersión japonesa
El golpe de Savo
El optimismo de Ichiki
El final de la batalla

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

"Lamento haber llevado a la muerte a tantos soldados y tan inútilmente para el resultado obtenido. No debemos subestimar la potencia del fuego. Cuando disponen de ella, las tropas son activas y valientes; pero decaen cuando no la tienen. El espíritu existe eternamente.
Tengo sueño debido al cansancio de los últimos días.

Sin darle importancia entregaré hoy la vida que se me dio provisionalmente".

El coronel japonés de la 2.ª D. I. Sendai plegó cuidadosamente el papel. En la noche de Guadalcanal, plagada de mosquitos de mortal picadura, aún sonaban disparos dispersos. De vez en cuando se oía la llamada de un silbato y, casi matemáticamente, seguía un tiro. Imposible saber si el soldado japonés había sorprendido al norteamericano o si éste le había localizado en lo alto de una palmera, abatiéndole como aun pájaro. A esas horas de la noche estaría a punto de llegar el expreso de Tokio, que descargaría en las playas más carne de cañón o, quizá, se estaría preparando una batalla naval más, que aumentaría el increíble cementerio de chatarra acumulado bajo aquellas aguas...

El coronel, parsimoniosamente, siguió realizando la ceremonia previa, al harakiri. Finalmente, tomó un puñal y se abrió el vientre de izquierda a derecha, casi sin un gesto de dolor, mientras hacía votos por la gloria eterna del Japón, que en aquellos momentos comenzaba a saborear la amargura de la derrota.

Para los japoneses, al principio de la tragedia, Gadarukanaru (así deformaban en su lengua el claro nombre español de Guadalcanal) era sólo el punto más extremo alcanzado hacia el sudoeste por la expansión militar en el Pacífico, el lugar más alejado a que había llegado en esa dirección el célebre Golpe de Sable hacia el Sur de los teóricos militares del Imperio (11).

Guadalcanal iba a ser también -y quizá algunos militares japoneses lo presintieron ya entonces más o menos confusamente- la primera punta de la que tiraría MacArthur para desenmarañar el complejo ovillo de la expansión japonesa.

La isla de Guadalcanal, 6.500 kilómetros cuadrados, aunque plenamente en los mares del sur, no tenía nada de paraíso de ensueño. En su jungla húmeda y pegajosa parecían haberse concentrado todos los horrores que el trópico sucio puede ofrecer. La isla, empapada en un ardiente y sofocante hedor de podredumbre, estaba infectada de arañas y escorpiones venenosos, avispas enormes, hormigas, mosquitos transmisores de paludismo, numerosas especies de lagartos, ciempiés, ratas, moscas -todas las del Pacífico, según los soldados norteamericanos-, cocodrilos gigantescos y agresivos y, como decían los japoneses, el espacio que podía quedar libre de tan molesto o peligroso enemigo lo ocupaban las sanguijuelas, especialmente feroces y empecinadas en ese perdido lugar.

La desesperante lluvia, torrencial y casi continua, convertía la isla en una asfixiante jungla inundada y malsana, plena de barrizales intransitables propios del fin del mundo (12). Y era, también, una tierra triste, ya atormentada desde antiguo por la naturaleza, como lo atestiguaba la alta cadena de volcanes extinguidos que constituía su espinazo.

El valor estratégico de Guadalcanal, considerado en sí mismo, parecía bastante discutible. En realidad las ambiciones japonesas se habían orientado o más al norte (hacia Midway y Hawai) o más al sur (hacia Australia, cuya conquista o por lo menos, amenaza de conquista, era en ese momento comienzos del verano de 1942, el proyecto lejano y principal del Estado Mayor de Tokio). Con vistas a este proyecto, que pasaba inicialmente por la conclusión de la conquista de Nueva Guinea, Japón comenzó a construir en Guadalcanal un gran aeropuerto, que hubiera dificultado mucho las comunicaciones norteamericanas con Australia.

La alarma en el bando aliado estaba plenamente justificada y rápidamente se tomó la resolución de atacar la isla, con una operación de gran estilo que, en parte, iba a retrasar -con gran disgusto de Churchill y Stalin- el asalto anglo-norteamericano a la Europa continental. Esta operación tenía para Washington el aliciente militar de constituir la isla un saliente en el dispositivo defensivo japonés. Esto es: podía ser objeto de ataques concéntricos de los que Guadalcanal sólo podía ser defendida y pertrechada por un difícil pasillo marítimo que partía de la gran base japonesa de Rabaul, en las islas Bismarck.

Por otro lado, la operación significaba para el mando aliado asestar un golpe en el dispositivo japonés, amenazando su flanco izquierdo que, lentamente, seguía ganando terreno en Nueva Guinea y, adicionalmente, si la operación terminaba con éxito, se lograría la primera victoria terrestre contra el Japón, abandonando la lucha a la defensiva que ya duraba nueve meses.